4
«¿Se repite la historia de Marga Muntadas, Eulalia? No. Dicen que la historia nunca se repite. ¿Por qué iba a suceder en este caso? Los tiempos no son los mismos. La mentalidad de la gente ha cambiado. ¿O sigue siendo la misma? Este país está cubierto de roña moral. Roña de siglos. Se lo he oído decir a Alejandro, y en esto coincido con él. Imposible quitar con un simple estropajazo democrático la roña secular de las Españas católicas y tradicionales. Ahí está el marcelazo para demostrarlo. Y esa burguesía presuntuosa. Porque la verdad es que los burgueses son los mismos de siempre. Gente altanera desde su ignorancia. Suficiencia cerril frente a los cambios que no se comprenden. Intransigencia. Orgullo del traje bien cortado, del visón, del último modelo que saca la "Ford". Y esa gente me machacará. Hará lo imposible para sacarme los hígados, tanto si vuelvo con Ramón como si no. Claro, claro. Ramón te perdonaría, pero es que yo no estoy dispuesta á que me perdone nadie. ¿Qué me dijo mamá, la pobre, cuando decidí marcharme con Alejandro? "Si no puedes vivir sin él, vete. Pero no vuelvas nunca con tu marido. Haría de tu vida un infierno." ¿Entonces qué, Eulalia? Porque ya lo estás viendo. Tu clase no te ha perdonado. Ni tu familia. Y los hijos, que tú confiabas que comprenderían tu problema, te dejan. Uno tras otro. ¿Qué demonios esperas, Eulalia? Su visita de cumplido un día al mes. La mirada compasiva de los tocados por la gracia de Dios. De los que nunca cayeron. Perfectos y pluscuamperfectos que dicen comprender la imperfección humana. Que dicen perdonarla, porque también Cristo perdonó a la mujer adúltera. ¡La náusea, Eulalia! Es lo que te espera. Por mucho que pretendas cerrar los ojos a la realidad. Y dice Olga que Alejandro es un niño. Todos los adultos somos niños. Jugamos a vivir. De mil maneras. Pero en el fondo somos niños inconscientes. Caprichosos. ¿Dónde encontrar la serenidad necesaria? Creo que, en el fondo, es lo que busca Alejandro. Serenidad y reflexión que ayuden a madurar un poco la mente. Algo. Lo suficiente como para salir de esta vida sin miedo y con cierta dignidad. Salir. ¿No son demasiado cincuenta y tantos años de hacer el ridículo?»
Eulalia tenía la mirada puesta en el frasco de «Dapaz» que había sobre la mesa de noche. Fue su mano, no ella, la que tomó el frasco. La que lo sopesó. La que sintió la caricia fresca del vidrio al otro lado de la piel, donde empieza el músculo y el nervio.