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Detrás del matrimonio Lindner iba Thomas Lieven, traje de franela gris, camisa blanca, corbata azul, zapatos negros, sombrero de alas duras, paraguas, junto con los demás pasajeros en dirección al avión. Daba la impresión de estar contento y satisfecho aun cuando trasnochado.
En lo alto de la escalerilla estaba Mabel Hastings, la azafata. Parecía estar contenta y satisfecha aunque trasnochada.
—Hola -saludó Thomas, al subir la escalerilla.
—Hola -respondió Mabel. Los reflejos dorados en sus ojos relucieron.
Nunca había conocido antes a un hombre como Thomas Lieven. Después de almorzar en «cuido» no habían ido a la playa, sino que se quedaron descansando en el hotel. Quiso la casualidad que se alojaran en el mismo.
Cuando la mañana del 30 de agosto le ayudó a Mabel Hastings a hacer las maletas le prestó ella, sin saberlo esta vez, un nuevo favor, que estaba íntimamente ligado a una cartera negra...
El avión rodó por delante del edificio del aeropuerto en dirección a la pista de despegue. Thomas miró por la ventanilla y vio al otro lado de la pista un rebaño de corderos. «Los corderos traen suerte», se dijo. Y luego vio un coche que se detenía delante del edificio. Del coche saltó un hombre. Llevaba un traje azul arrugado y un impermeable amarillo, también muy arrugado. El rostro del hombre estaba bañado en sudor. Hizo una señal con ambos brazos.
Thomas se dijo compasivo: «Eso sí que es estar de mala suerte. El avión va a despegar y ese pobre individuo se quedará en tierra.»
Una mano de hielo recorrió de pronto la espalda de Thomas Lieven: Aquel hombre que hacía señas desde el edificio..., aquel rostro... le era conocido..., lo había visto ya en otra ocasión...
Y, de pronto, recordó Thomas Lieven en dónde había visto ya aquella cara: en el cuartel general de la Gestapo en Colonia... Aquel era el comandante Loos, ¡oficial del Abwehr alemán!
«No hay la menor duda -se dijo Thomas Lieven-, corren detrás de mí. Pero, al parecer, existe un ángel tutelar. Esta vez el comandante Loos no dará conmigo. Dentro de cinco segundos despegará el avión y entonces...»
Pero el avión no despegó. Se apagó el zumbido de los motores.
Y, en aquel momento, oyó la voz aterciopelada de Mabel Hastings:
—Señores pasajeros, no hay motivo de inquietud. Hemos sido informados por radio que acaba de llegar un pasajero que se había retrasado y que debía tomar a toda costa el avión. Le recogeremos a bordo y partiremos dentro de breves instantes.
Un momento después el comandante Fritz Loos subía a bordo; se disculpó en inglés por su retraso y saludó con un movimiento de cabeza a Thomas Lieven. Éste miraba a través de él como si el comandante fuera de cristal...