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—Perdón señor, no creo haberle entendido bien -dijo el propietario del cine Scala-. ¿Qué es lo que desea usted?
—Creo que me ha entendido usted muy bien, señor -dijo Thomas Lieven, e hizo una ligera inclinación de cabeza-. Después de la última sesión quisiera alquilar los rollos del noticiario cinematográfico que presentan hoy.
—¿Alquilar? ¿Con qué motivo?
—Porque me gustaría que lo proyectaran de nuevo. En sesión privada. He descubierto en la pantalla a un conocido a quien había perdido de vista desde que comenzó la guerra.
Horas más tarde corría Thomas con los rollos por la ciudad de Zurich en dirección a los estudios de la Praesen-Film. Allí había convocado ya a un montador. El montador hizo rodar hacia adelante y hacia atrás la copia del noticiario cinematográfico en la Movielo, hasta que Thomas gritó:
—¡Alto!
La pequeña pantalla sobre la mesa presentaba ahora una fotografía del Derby de Primavera, en Hamburgo. Unos obesos caballeros y unas damas muy elegantes en la tribuna. Y en primer plano se distinguía muy claramente al banquero Robert E. Marlock.
Thomas cerró los puños. La excitación hizo que la frente se le bañara de sudor. «Calma -se dijo a sí mismo-, mucha calma en estos momentos en que vas a realizar tu venganza».
—¿Puede hacerme varias copias de esta foto para mañana por la mañana... en su mayor ampliación?
—Sí, señor -contestó el montador.
Al día siguiente, a las 11.45 horas, tomaba Thomas Lieven el exprés para Francfort. Allí visitó a dos funcionarios de la Deutschen Bankenaufsicht, a quienes presentó las fotos de Robert E. Marlock. Media hora más tarde poseía los informes que precisaba.
La noche del 15 de abril de 1949, le dijo Thomas a su amigo Bastián Fabre, en su apartamento en Zurich:
—Ese maldito perro reside en Hamburgo. Se hace llamar Walter Pretorius. Y es propietario de un pequeño Banco. ¡Ese desalmado!
Bastián tomó un sorbo de la copa de coñac que sostenía en sus manos.
—¡Sin duda vivirá en la firme creencia de que tú has muerto. ¿O acaso le has visitado ya?
—¿Has perdido el juicio? No, no, quiero que Marlock siga creyendo que he muerto.
—¿No piensas vengarte?
—¡Me vengaré! Pero, escucha, Marlock ha recibido la licencia para montar un Banco alemán. Ahora el hombre vive feliz y tranquilo en Hamburgo. ¿Quieres que me presente ante unos tribunales alemanes y diga: «Señores, ese caballero se llama en realidad Marlock; ese caballero me tendió una trampa en el año 1939?» ¿Puedo decir una cosa así? Si presento una denuncia, tengo que hacerlo en nombre de Thomas Lieven, puesto que con el nombre de Thomas Lieven era yo banquero en Londres. Mi nombre aparecerá en todos los periódicos...
—¡Ay!
—Sí, ¡ay! ¿Y crees tú que tengo yo el menor interés en que me liquide una mano roja, verde, azul o negra? Un hombre con mi pasado ha de hacer lo imposible para no llamar la atención sobre su persona.
—Bien, ¿y cómo piensas arreglártelas para vengarte de Marlock?
—Tengo un plan. Necesito un hombre de paja. Ya lo tengo: el señor Reuben Achazian, con el cual hicimos los negocios de la ZVG. Le he escrito. Vendrá a visitarnos.
—¿Y yo..., qué hago yo?
—Tú, viejo, habrás de separarte durante algún tiempo de mí -dijo Thomas, y apoyó su mano en el hombro de su amigo-. No me mires con esa cara tan triste, es necesario, hay demasiadas cosas que están en juego... Te llevas todo el dinero que tenemos, y que yo no necesite, y te vas a Alemania. A Dusseldorf. Allí es donde vive la gente más rica, y compras una villa. Un coche. Y todo lo demás. Si estoy de mala suerte y lo pierdo todo, tendré necesidad de crédito. Y de confianza. Y prestigio. ¿Entendido?
—Entendido.
—Cecilien-Allee -dijo Thomas, ensoñado-. Ése sería un buen barrio para nosotros. Echa una mirada por allí. Allí es donde vamos a instalarnos. Allí es donde vive la gente más rica y más distinguida.
—Pues no cabe la menor duda de que ése es el lugar que nos corresponde... -dijo Bastián.