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—Nunca fue mi intención volar por los aires al honorable general Lynton -dijo Thomas Lieven.
Lo repetía ya por undécima vez en el curso de los tres últimos días.
Sonriendo divertido en un principio, pero, luego, irritado y amargado, rebatía Thomas todas las inculpaciones.
—¡Miente usted! -gritó el investigador del CID, James Purnam.
Y lo decía por undécima vez en el curso de aquellos últimos tres días.
Cada vez más, aquel estúpido y obstinado prisionero le cargaba los nervios.
La calefacción central en el cuarto donde celebraban el interrogatorio, irradiaba un calor que hacía que Purnam tuviera la frente sudorosa y sintiera dolores en la nuca.
—No miento -replicó Thomas Lieven.
—Vamos ya, confiese de una vez, Lieven...
—¡Señor Lieven, por favor!
—Oiga usted, señor Lieven, ¡estoy ya harto de usted! Voy a poner fin a este interrogatorio y encerrarle a usted hasta que cambie de parecer.
Thomas suspiró.
—Es molesto para mí ver lo mucho que suda usted, míster Purnam. Pero si quiere conservar usted su empleo ha de escucharme todavía un ratito. Si no me presta la debida atención y continúan calentando de este modo sus habitaciones, veo ya in mente una serie más de terribles explosiones...
—¿Explosiones...?
—Escúcheme usted -le dijo Thomas, como un maestro paciente a un alumno estúpido-. Me ha mandado arrestar a mí, ha detenido a mi amigo Bastián Fabre y ha detenido también a mi socia Christine Troll. ¿Por qué? En la fábrica de los padres de la señorita Troll, que nosotros estamos en plan de reconstruir, hemos fabricado unos preparados cosméticos. Y también una Beauty Milk. Un frasco de esta leche embellecedora ha estallado en el dormitorio del general Lynton...
—Maldita sea, sí, ¡y eso es obra de usted y de sus gángsteres neofascistas!
—No, señor, sino la obra de los hongos y del ácido carbónico.
—Me vuelve loco -gimió el agente.
—Antes de darme esta alegría, responda a mi urgente pregunta: ¿comparte el honorable general el dormitorio de su distinguida esposa?
Purnam tragó saliva, se quedó mirando con ojos desorbitados a Thomas, y gritó:
—¡Es usted ahora el que ha perdido el juicio!
—No, yo no -contestó Thomas Lieven, muy tranquilo-. Me limito a hacer suposiciones. La esposa del general tiene, sin duda alguna, un tocador en su dormitorio. Con espejo y todo lo demás. Y el tocador está al lado de la ventana...
—¿Y cómo lo sabe usted?
—Porque, por lo general, los radiadores de la calefacción central suelen estar bajo las ventanas...
Purnam escuchó muy nervioso las explicaciones de Thomas.
Su Beauty Milk, informó éste, había sido fabricada según una antigua receta familiar de la casa Troll: limón, leche agria y un poco de grasa. Sin embargo, no había podido esterilizar todos estos componentes. Y también los frascos en donde metían el producto dejaban mucho que desear. Un cristal viejo y malo...
—Mire usted, señor Purnam, no en vano pegamos a cada frasco la indicación de: «¡Consérvese en sitio fresco!» La distinguida esposa del general Lynton no lo hizo así y colocó el frasco sobre su mesa tocador. Junto a la calefacción central...
—¡Ya empezamos de nuevo...!
—No me interrumpa usted, por favor. Puesto que no hemos podido esterilizar nuestros productos, la leche ha producido hongos y, con el calor, ácido carbónico. Esto es, un gas. El gas provoca una presión y la presión..., ¡bummm! ¿He de seguir hablando?
—¡Miente usted! -gritó Purnam, muy pálido-. ¡No le creo ni una sola palabra!
—Pues bien, amigo mío, pronto estallarán otros frascos en los dormitorios de otros generales...
—-¡Cállese ya! -le gritó Purnam.
—Nada les pasará a las mujeres alemanas que han adquirido nuestro producto -dijo Thomas-. Las mujeres alemanas, en este tercer año de posguerra, no tienen nada con que calentar sus habitaciones...
Repiqueteó el teléfono. Purnam descolgó el auricular y escuchó durante unos instantes. Se enrojeció aún más y se limpió el sudor de la frente y, por fin, dijo:
—Está bien, jefe, iré ahora mismo... Pero no vuelva a hablar de esa organización neofascista..., temo que haríamos el ridículo...
Colgó el auricular y miró de reojo a Thomas.
—¿Permite que le pregunte en casa de quién ha estallado un frasco ahora? -preguntó Thomas.
—En la base aérea de Neubiberg, sí. Hace un cuarto de hora. En casa del comandante Roger Rapp...