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Thomas Lieven encontró su Banco como el hombre del cuento que, después de un largo sueño encantado, regresa a su pueblo y comprueba que han pasado siete años. En el caso de Thomas Lieven fueron solamente tres años. El director del Banco y los empleados de mayor edad seguían en sus puestos, pero de los jóvenes faltaban muchos.
Como explicación por su larga ausencia, declaró Thomas que los alemanes le habían encerrado por motivos políticos y que, por fin, le habían puesto de nuevo en libertad.
A continuación, investigó Thomas el paradero de su socio inglés Robert W. Marlock. Pero nadie sabía de ese granuja.
Thomas sé dirigió a su villa en el Bois de Boulogne. Se sintió muy triste y apenado al recordar las hermosas horas que había pasado allí en compañía de la dulce Mimí Chambert.
Mimí Chambert..., el coronel Siméon... ¿Estarían acaso en París? Tenía intención de averiguar su paradero... Ay, y también de Josefina Baker y del coronel Débras... Desde muy lejos le sonreían todos ellos: Bastián y el Pícaro de Marsella... Pereira, el genial falsificador; Lázaro Alcoba, el amigo jorobado que había muerto; la histérica cónsul Estrella Rodrigues, de Lisboa..., y, desde más lejos aún, le sonreía tristemente aquélla mujer que Thomas nunca olvidaría...
Despertó de sus sueños. Se pasó la mano por los ojos, húmedos, y, salió al patio de la villa donde tres años antes había emprendido la huida en un Cadillac con la bandera americana.
Le abrió la puerta una joven y bonita doncella. Solicitó hablar con el señor de la casa. La joven le condujo al salón.
—El señor oficial pagador bajará al instante.
Thomas miró a su alrededor. Aquéllos eran sus muebles, sus alfombras, sus cuadros. Dios santo, todo muy abandonado, pero, en fin, todo aquello era suyo...
Entró el oficial pagador: un hombre muy consciente de él mismo, bien cuidado, dándose aires de gran importancia.
—Me llamo Hopfner. Heil Hitler! ¿En qué puedo servirle?
—Me llamo Thomas Lieven. Cambiará ahora mismo de residencia.
El oficial pagador se sonrojó.
—Borracho, ¿eh?
—No.
—¿Una broma de mal gusto?
—No. Ésta es mi casa.
—¡Déjese de tonterías! ¡La casa es mía! Resido ya hace más de un año aquí.
—Sí, eso se nota. Todo muy sucio y abandonado.
—Oiga usted, señor Lieven, o como se llame, ¡lárguese ahora mismo de aquí o llamo a la policía!
Thomas se puso en pie.
—Ya me voy. Por lo demás, no va vestido de un modo muy correcto.
Fue a ver al coronel Werthe. Dos horas más tarde, los superiores de Hopfner le ordenaban que abandonara la villa lo antes posible. Aquella noche la pasó ya en la habitación de un hotel. El hombre no comprendía este mundo.
El antiguo oficial pagador Hopfner, conocido hoy día bajo otro nombre, vive aún entre nosotros. Hoy es director general de una gran fábrica en Renania. Tal vez lea estas líneas. Y entonces sabrá también por qué aquel 3 de septiembre de 1943 tuvo que abandonar tan precipitadamente la bonita villa en el Bois de Boulogne.