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El 10 de junio de 1948 zarpó el Olivia del puerto de Nueva York. El 17 de jumo se encontraba el barco con un cargamento de cien automóviles americanos en la posición diez grados quince minutos longitud occidental y cuarenta y ocho grados treinta minutos latitud norte ante la costa occidental de Francia. Aquel día recibió el capitán el siguiente mensaje en clave:
Norddeichradio. 17 junio, 48.15.43 horas. Compañía Navegación Schweertman, Hamburgo, a capitán Hannes Droege. En nombre propietario cargamento ordenamos permanezcan en posición actual hasta recibir nuevas instrucciones. No penetrar en aguas territoriales alemanas. No interrumpir comunicaciones con nosotros. Recibirán nuevas instrucciones. Fin.
El Olivia permaneció durante tres días y tres noches en la posición anteriormente indicada. La tripulación organizó el trabajo por turnos, jugaban al póquer, bebían y brindaban por el propietario del cargamento.
El 20 de junio recibió el primer telegrafista, que había tomado ya unas copas de más, el siguiente mensaje:
Norddeichradio. 20 junio, 48. 11.23 horas. Compañía de Navegación Schweertmann, Hamburgo, al capitán Hannes Droege. En nombre del propietario del cargamento le ordenamos dirigirse sin pérdida de tiempo al puerto de Hamburgo. Fin.
Mientras el primer telegrafista, que había tomado unas copas de más, descifraba el mensaje para el capitán, que también estaba un poco bebido, escuchaba el segundo telegrafista las noticias que retransmitía Radio Londres. Se quitó los auriculares de las orejas y comentó:
—Acaban de anunciar una reforma monetaria en Alemania. El dinero antiguo no vale ya nada. Cambian solamente cuarenta marcos por nariz.
—Estamos en la ruina más absoluta -murmuró el primer telegrafista.
—Todo lo ahorrado se ha ido al diablo-dijo el capitán. -Ahora los únicos ricos son los que tienen mercancía -dijo el primer telegrafista.
El segundo telegrafista abrió desmesuradamente la boca: -Diablos, y el propietario de este cargamento posee cien coches.
El capitán asintió con expresión grave. -Sí, en efecto, vaya tipo con suerte. ¡Me gustaría saber quién es!
Querido capitán Hannes Droege, tal vez, casualmente, lea usted estas líneas, y entonces sabrá quién era...